jueves, 25 de septiembre de 2008

EL ULTIMO VIAJE

El tren devoraba kilómetros. Adormecido en gratos pensamientos, se dejaba llevar, feliz, con la certeza de que al llegar lo estarían esperando, y de que después de este viaje, el último de la larga serie realizados, iniciaría una nueva vida. Al fin pondría término a los desencuentros, los desencantos. La relación con su mujer se había ido desmoronando. Al comienzo del matrimonio todo parecía andar bien. Pero al cabo de un tiempo fue haciéndose más notorio que costaba ponerse de acuerdo. Eran charlas en las que nunca coincidían. Hacían un esfuerzo, las cosas parecían encarrilarse, y durante un tiempo todo volvía a la normalidad. A la luz de un final, había algo en esa vida que parecía poseer un discreto encanto, pero paulatinamente reaparecían los problemas. Y estaban en lo nimio, lo insignificante. A lo largo de esa época pensaban secretamente que así no se podía seguir, que había que encontrar una solución. Hasta que apareció Cecilia.
Para él todo cambió, porque encontró el asidero, el amarre que permitiera seguir adelante en esa vida que se componía de días que habían perdido el sentido. Se conocieron en una reunión familiar, a la que asistieron, con su mujer, obligados por el compromiso familiar, los dos con la cara larga. Fueron presentados, y como quedaron solos, porque su mujer una vez más se había borrado de su cercanía, la voz suave y calma de esa mujer que miraba a los ojos con una sonrisa de simpatía, de cercanía incipiente, lo fue sacando poco a poco del pequeño infierno cotidiano que lo saturaba.
Todo hubiera sido apenas un grato recuerdo, de no ser por un encuentro casual en una zapatería. Ambos concurrieron con la esperanza de encontrar los pasos que llevaran al final del laberinto, partiendo del supuesto de conseguirlo con calzado nuevo. Él, deslumbrado por la simpatía que irradiaba ese rostro, no se atrevió a planear un tercer encuentro. Pero los hados estuvieron de su lado. Esta vez, se dijo, escucharé la voz del azar y seguiré su consejo. Entonces propuso un nuevo encuentro, y así se inició una relación que ambos deseaban. Al tiempo, después de otros encuentros, comenzó a visitarla, viajando los fines de semana a la casa donde ella vivía sola. Esa localidad, estaba convencido, se convertiría hoy en su nuevo hogar. El tren, como otras veces, era el pasaje, el puente a otra vida que se vislumbraba como la que secretamente se sueña, y curaría los errores cometidos en su matrimonio. Esta vez, se dijo, puede ser el último viaje, para sorpresa de ella que ignoraba la charla decisiva sostenida con su ex mujer la noche de la víspera. Sus pensamientos, a pesar de la feliz perspectiva, volvían hacia atrás repasando los funestos detalles de una relación que estaba terminada. Todo fue más fácil para él, cuando supo que ella había organizado su vida con otro hombre. Los remordimientos que a veces sentía se fueron disipando, y entonces pudo meter sus ropas y sus cosas en la maleta. Pero basta, terminala, se decía, es hora de pensar en Cecilia, en lo bueno, y olvidar el pasado.
Por cábala, se puso el calzado de aquel primer encuentro con ella en la zapatería. Esta vez el viaje tendría la sorpresa de la buena noticia para ambos, y coincidía con la concreción de lo planeado por él otras veces de reiniciar sus vidas con un nuevo empleo en esa ciudad.
De a ratos se adormecía acariciando el comienzo de una felicidad cercana. El traqueteo del tren lo relajaba, y sentía que metro a metro se iba acercando a su destino. El día había sido luminoso y claro, la tarde se escurría con los primeros parpadeos de las estrellas. Los campos giraban a su alrededor. Los postes telefónicos se renovaban en un continuo deslizar de imágenes. Ya se divisaban a lo lejos las primeras luces de la localidad donde residiría. Pronto adivinó el alero de la estación. Al fin, el tren se detuvo. Seguro ella no estaría esperándolo, porque a esa hora salía de su trabajo, además de desconocer su decisión. Bajó con las valijas buscando inconscientemente su silueta entre el grupo de personas que se amontonaban en el andén, pero no se veía, porque seguro se encontrara en la casa. Se encaminó impaciente a la parada del colectivo que lo llevaría a ella y pronto estuvo sumergido en esa atmósfera que para otros sería de rutina de regreso al hogar, y tan especial para él.
Al llegar a la casa comprendió que era temprano todavía. Se encaminó a la cocina para hacerse un café. Sobre la mesada vio una nota de ella:
“Perdoname Ricardo. He resuelto poner fin a esta situación tan irregular. Estoy en la casa de mi madre. Deseo que reconozcas la conveniencia de volver a tu hogar. Cecilia”. P/D Por favor no me busques.

LA MANERA POÉTICA DE CONCEBIR EL MUNDO

La vida del ser humano resiste, a pesar de todo, las infinitas razones de hallarla ridícula, miserable o absurda. Tal vez esta resistencia, casi misteriosa, puede ser explicada tanto por la metafísica trascendente o inmanente, aunque ubicándose en una zona intermedia.
Esta aceptación de la realidad no del todo clara, es la que hacen diariamente aquellos que se apegan a la vida.
“Alegrémonos, porque lo peor es inevitable”, fue la conclusión a la que llegó el pensador francés, Clément Rosset, hace un par de años atrás, entrevistado por un periodista de Argentina. Esta forma de ubicarse “entre la lucidez y la alegría” supone aceptar la desilusión en forma anticipada, como modo de protegerse contra una desilusión posterior.
Es una forma de escepticismo que controla el deseo de huir hacia otra realidad. Y es una trágica aceptación, pero aceptación al fin, de la forma en que se da la vida.
Ésta aceptación de la realidad supone no permitir que algo se interponga entre lo que es y lo que debiera ser, dando por sentado concebir ese espacio intermedio, como la zona donde no es tan fácil que la desdicha haga pie.
Es decir, admitir que la desdicha proviene de aceptar el mundo tal como es, cuando lo acertado es concebir el mundo “como debería ser”.
En la postura inversa, es decir en la veneración de lo real, está la verdadera trampa. Y la desdicha provendría de aceptar el mundo bajo una mirada desencantada. Y esto sucede cuando se rechaza toda forma de ilusión, reemplazándola por una concepción extremadamente positivista. Esto es lo mismo que pretender erradicar la manera poética de concebir el mundo.
La postura inversa, suponer a la ilusión como un espejismo de lo que realmente es, tiene por resultado erradicar en forma total a la ilusión.
Esto explicaría la reflexión de Rosset: “la vida del ser humano resiste, a pesar de todo, a las infinitas razones de hallarla ridícula, miserable o absurda.”
Y es la postura que tenemos diariamente cuando nos apegamos a la vida.
Y es la postura que se da cuando concebimos el mundo de una manera poética.

viernes, 19 de septiembre de 2008

ESCRIBIR CUENTOS

Aprender a discernir donde hay un tema para cuento es parte de la técnica, esqueleto de la creación, el artesanado imprescindible. Además debe ser el relato de un hecho de indudable importancia. Si no la tiene, lo que se escribe puede ser una estampa, una escena, un cuadro, pero no un cuento. Importancia no quiere decir algo insólito, singular, pero si tiene que suceder algo, es decir tiene que haber sustancia para el cuento. Y además saber llevar con palabras la cuenta de un hecho, es decir ir ceñido al hecho que se relata. Después de eso recién se puede elegir ser hermético, figurativo, o que es lo mismo, subjetivo u objetivo, presentando la obra desde un ángulo individual, aunque recordando que toda innovación requiere dominio de su estructura. Suele decirse es una novela en síntesis. En realidad son géneros distintos. La diferencia fundamental es que la novela es extensa, y el cuento intenso.
Al novelista se le pueden rebelar los personajes y terminar como ellos quieren. El cuento en cambio es obra exclusiva del autor. Ya el seleccionar materia del cuento demanda concentración, esfuerzo y análisis. El cuentista es padre y dictador de sus criaturas, no debe tolerar rebeliones. Esa voluntad en cuanto a los personajes se traduce en tensión e intensidad. Lo cual no quiere decir corta duración, sino fruto de su voluntad sostenida. Allí radica la causa de que sea un género difícil, pues requiere disciplina mental y emocional, lo que no es tan fácil. Debe verse desde un primer momento el material organizado en tema, como si ya estuviese escrito. Se requiere estudiar la técnica para dominarla. Lo cual no obliga al final sorprendente. Lo fundamental es mantener vivo el interés del lector y sostener sin caídas la tensión. Debe comenzar interesando al lector, y sostener ese interés sin soltarlo, conduciendo sin piedad al destino que se ha trazado. Es decir, comenzar sin una digresión, sin una debilidad ni un desvío. Y cuando esto se domine recién podrá iluminarlo con el toque de su personalidad.
En resumen arte difícil, con el premio de su realización, donde la búsqueda y selección del tema son también parte importante.

lunes, 8 de septiembre de 2008

2008: AMELIA

2008: AMELIA
Buen relato, sobrio, bien detallado, correcto uso del idioma, y una expectativa que crece y que se enfría bruscamente
rober