martes, 8 de julio de 2008

UN AUTO AVANZA CON RAPIDEZ

UN AUTO AVANZA CON RAPIDEZ
El departamento tiene sus adeptos, los inserta en un ambiente íntimo y a la vez cerca del bullicio y la vida activa, hace que una ciudad grande lo convenza a uno de gastar ahorros y tenerlo pintado y decorado a gusto. Para Ana los trabajos de mantenimiento del suyo la hicieron pensar enseguida en la casa de la abuela. Era no solamente la forma de librarse del polvillo y la incomodidad por unos días. También contaba revivir aquellos años que a la distancia parecían tan hermosos, el sabor de una taza de mate con leche y rebanadas enmantecadas, la vajilla, el convivir de cerca con los muebles que todavía lucían. Podía ser un cambio muy deseable. Y estaba resuelto. Con su esposo, la niña y el perro, pasarían esos días en la casa de la abuela, aprovechando que sus padres no la ocupaban, en espera de las reparaciones del departamento donde vivían. Estaba además el espejo, testigo de tanta imagen añorada.
Ana recorrió con nostalgia el jardín y el pequeño parque lateral donde pasó su niñez ; cada rincón, cada planta, le traían un recuerdo. El jardín había sido cuidado, y conservaba los mismos árboles y arbustos, por lo que a cada paso se encontraba con su pasado. Vio caer las ramas del granado con el peso de la fruta madura. Ese era el lugar favorito de juegos, cuentos, y casi en la adolescencia, de las primeras impresiones que se confiaban con sus dos primas. Se sentó bajo su sombra, sintiendo el día cálido pero agradable. El silencio la envolvía, sus ojos se entrecerraron, y con la mirada hacia adentro, sustraída de la ruidosa quietud, ignoró la multitud de pájaros que en desigual coro, adornaba el espacio verde. Volvió a su niñez, desandando los numerosos caminos que se cruzaban en la vieja casona. Se remontó muy atrás, y entonces tropezó con momentos vividos por su hermano Sebastián , muerto en un accidente en las cercanías, mientras andaba en bicicleta. Enseguida quiso ver el viejo espejo que adornaba el pasillo entre sala y comedor, revivir gestos y poses de niña que había hecho. ¿Estaría todavía, o se habría roto?
Emergiendo de ensueños se levantó y entró a la casa. Allí estaba, como entonces. Se miró en él. De todas las cosas que recordaba, era el lugar que más la atraía, no sabía bien por qué. El cristal era amplio, y las paredes que reflejaba no parecían las de hoy sino aquellas que estaban en su memoria. No se le ocurrió pensar, después lo reconocería una y otra vez, que la casa era la misma y también sus paredes. Pero había algo más, las imágenes la transportaban, hechos de su niñez afluían atropellados, se alejaba más y más de la realidad. Estaban sus padres, estaba su abuela, estaba la puerta abierta desde donde veía la vereda y la calle, rígido el árbol sobre sus cabezas, el cielo tan fijo como las piedras del parapeto, nubes y piedras confundidas en una sola materia con el gris de las paredes. Pronto pudo ver a esa niña de seis años, demasiado conocida para no asombrarse. La niña estaba mirándola. Gritó porque era ella misma de pequeña; Sebastián, detrás, esperaba. “¿ Qué querés Anita ? “, respondió apurado, dispuesto a correr a sus juegos. Giró confusa, y aunque nada estaba explicado, una especie de revelación cayó sobre ella, siempre había sido así, olvidando su asombro de minutos antes era otra vez una niña, y la voz escuchada, la propia. “El tiempo está detenido” recapacitó confusamente, pero lo estaba pensando con la cabeza de Anita. Había vivido su infancia treinta años antes, y sin embargo...
Se encontró corriendo junto a Sebastián, mientras el perro ladraba con furia. Anita lo buscó sintiendo que algo no podía ser. Al fin pudo reconocer: “ Si no tenemos perro “, y a sospechar que lo que había empezado casi como un juego, se estaba organizando como otra realidad. Un pequeño error en la máquina del tiempo, un avatar hacia el pasado con sólo pararse ante el espejo, y allí estaba su niñez. Otra vez el ladrido la guió al exterior, y así encontró al ovejero que corría y saltaba en la vieja casa de la abuela. Pestañeando, despertando como de un sueño, pudo comprender. Volvió a mirarse en el espejo, todavía anonadada, buscando a Sebastián: sólo estaba ella con su desconcierto.
Ese primer día aceptó lo que había visto. Desde su hermano hasta su propia figura de niña. Pero los recuerdos eran demasiado dolorosos.
Trató de sustraerse caminando por el jardín, mirando flores y plantas. Sin embargo, algo la ataba al lugar, se preguntó si era el espejo o la nostalgia. Pero la agobiaba la rutina de su trabajo. Pensó en ello. “El cansancio me hace ver cosas que no existen “, concluyó. Siguió caminando, distraída bajo la semisombra de los árboles, hasta la entrada trasera, y después recorrió más tranquila las habitaciones. Desde lejos, volvió a ver el cristal, y en él reflejado algo distinto a lo que tenía a sus espaldas. Se acercó intrigada porque parecía ser la parte externa de la casa, aunque eso no era posible. Miró con cuidado, evitando el rayo de luz que se filtraba por la ventana. Entonces se hizo nítida, en el espejo, la imagen del granado y la alfombra de césped donde sus primas reían jugando. Era un cuadro familiar, y la llamaban con insistencia. Hizo un gran esfuerzo, se apartó al fin del pasillo, pudo cerrar la casa e irse.
Al día siguiente, con su esposo y su hija, eligieron el arreglo mínimo necesario para ubicarse en la casa, y el color de pintura de los pocos ambientes que ocuparían. Con su familia se sintió más tranquila, su marido recorría habitaciones y su hija jugaba en el jardín con los trastos viejos que sacaba de la piecita del fondo. Recordó la compra del espejo en un remate y el origen de esa vieja casa de la que se decían cosas. Ella no creía en fantasmas, y menos los abuelos que se decidieron por el bajo precio. Se trataba de un amplio cristal, con marco de cedro tallado, y contorsiones que sugerían algo, pero lo desechaba atribuyéndolo a su imaginación. Su esposo había sido el primero en notarlo, aunque ella prefiriera olvidarlo.
La tarde caía . Los últimos rayos de sol acentuaban el contraste de luces y sombras. En el pasillo en penumbras , el espejo reflejaba parte del juego de claroscuros . Sin embargo, la mayor parte de la imagen limpia y transparente no participaba de ese orden: En un rincón del living y través de la abertura que acababa de pasar, Sebastián la miraba sonriente. Se dio vuelta con recelo: No había nadie en la sala. Después, en una posición lateral, lo vio, sentado en su bicicleta, con los pies en el suelo. “ Ya vuelvo “ dijo, nervioso como siempre. Recorrió la habitación, pasó por la puerta abierta, atravesó el jardín y siguió el sendero de lajas hasta la vereda.
- No vayas a cruzar - le previno como en tantas otras ocasiones, pero por algún motivo esta vez era distinto. Anita corrió hacia la calle a través de la sala, pequeña, con las medias caídas, y gritando :
- ¡ No lo vuelvas a hacer , Sebastián , no ! - Angustiada llegó a la acera cuando él andaba en su bicicleta . Lejos, un auto avanzaba con rapidez. Anita lo vio, y estirando las manos llamó a su hermano advirtiendo el peligro, pero fue en vano , otra vez los hechos desfilaron ante su mirada espantada . Corrió a ayudarlo porque el auto había frenado, aunque no lo suficiente. Sus piernas pesaban, su garganta se contraía en un grito de dolor, hacía esfuerzos por llegar, pero el momento se prolongaba sin término, en lentos movimientos.
El corazón de Ana latió descontrolado, sus ojos se nublaron y cayó en un abismo sin luz.
- ¡ Ana, Ana ! - La fuerte voz de su esposo, que se inclinó hasta ella tratando de hacerla volver al presente, la sacó de ese sopor angustioso, allí, al pié del espejo.
- Salgamos a tomar aire - agregó él mientras la ayudaba a caminar hasta el jardín. Y desde allí vio a su hija, que por la calle, corría con su bicicleta. Lejos, un auto avanzaba con rapidez.

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